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detras de ESCENA (pagina 12)


TEATRO › EL DETRAS DE ESCENA DE ESCORIA
Batallas del movimiento



El Teatro Escuela Lo De Guidi es el lugar escogido para el ensayo de Escoria un domingo por la tarde. Y como si aún fuera aquel Bernardo mayordomo de la mansión de Muñeca brava, el propio Osvaldo recibe a quienes tocan el timbre de la puerta azul. Luego, marcha hacia el salón en el que Marikena Riera, Gogó Rojo, Noemí Alan, Liliana Benard, Héctor Fernández Rubio, Julieta Magaña, Paola Papini, Willy Ruano y Cristina Tejedor charlan a la espera de la orden de inicio en la voz de José María Muscari. Sentado al frente, el director contempla la vestimenta de Ruano, que alguna vez bailó en Alta tensión, actuó en Operación Ja Ja y participó del reality El candidato de la gente. “Necesitamos una corbata más llamativa”, le indica el director a la vestuarista, Vessna Bebek.
“Primero armé una historia muy básica: el cumpleaños de un productor que se llama Escoria –explica Muscari–. Después, convoqué a algunos actores, les preparé una merienda en mi antigua casa y les conté la idea. Les dije que durante un mes quería conocerlos, que me muestren y cuenten cosas. Y que con eso yo iba a escribir una obra.” Ahora tiene el guión en sus manos, pasa hojas y hace tachaduras, mientras Gogó muestra su tapado rosa translúcido. “Rojo diseña su propio vestuario”, advierte él y ella sonríe. Muscari propone cambios en algunas escenas. “Trabajo sobre la modificación constante”, indica. Su racionalidad performática llega a cada rincón de la puesta: una línea más para Fernández Rubio en la “escena de Efraín” y sus blancas palomitas y un ajuste en el momento en que Riera “corta el mambo” de “La batalla del movimiento”, creación de Magaña, pionera en el mundo de los bajitos. “La banda del Golden Ro-cket resultó un alto grado de exposición inentendible para mi cabeza. Llegar desde la nada y ser nadie a salir de un teatro custodiada por guardaespaldas”, rezongará Marikena, no sin recordar, además, su papel como contrafigura de Andrea Del Boca en Zíngara, que repentinamente la envuelve: enfurecida, amenaza una vez más a Paloma. Bernard ríe, aún sin saber por qué. Hasta el final, sólo Muscari lo sabrá.
Ahora son diez, pero fueron once. Nancy Anka, la eterna “chancle” de Grande pa!, abandonó el elenco hace una semanas. Muscari explica: “Había escrito una escena más larga de la que quedó. Y cuando hice los cortes de esa escena, a ella le pareció que le quitaba textos fundamentales para su parte, me enunció que eso la desmotivaba y la invité a retirarse. Con muy buena onda, porque es buena mina y es ultra responsable y profesional. Si en una persona hay algo del deseo que está faltante, mejor que no esté”.
Tras los retoques, es momento de la pasada. “La obra debe durar una hora y cinco minutos”, impone. Los actores no prestan atención y el tono de Muscari aumenta. “Presten atención, no hablen entre ustedes”, reclama. La obra comienza y el director toma apuntes de las escenas a corregir. Son pocas las interrupciones, responden a murmullos entre los actores: “¡Basta de darse indicaciones entre ustedes! Ninguno está en condiciones de dar indicaciones a un compañero. Hagan lo que les parezca y si está mal lo vamos a corregir”, ordena. La nueva criatura de Muscari se muestra no tan políticamente desestructurante como Crudo o Auténtico, pero sí conceptualmente revulsiva, por “bizarra y kitsch”. La pasada transgrede, no por mucho, el tiempo estipulado. Durante esa hora y pico, Escoria, el productor, no aparece. “¿Alguna vez algún productor le falló?”, pregunta Página/12. “Tuve la suerte de que no. Mi primera obra comercial la produjo Palito Ortega, que fue un divino a pesar de que perdió mucha plata conmigo”, responde Muscari. Y sobrepone: “Lo que está bueno de Escoria es que permite una doble visión: la del productor que los deja esperando y nunca llega o la del grupo de actores que vive en la fantasía y que espera a un tipo que no existe”.
El portal azul hacia canal Volver queda atrás, mientras los actores se toman un descanso de diez minutos para fumar un pucho y estirar las piernas: aquí, el Behind The Scenes nunca acaba.

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